Sin explicación alguna José embaló los muebles y puso en venta el departamento.
La casa estaba vacía; sólo el teléfono y botellas de ron quedaron en el living.
Estaba esperando.
En una de sus siestas diarias, de las cuales siempre se despertaba angustiado, José retuvo una imagen. Era de pelo canoso y largo, caderas poderosas, curvas por todos lados, ojos verdes, llena de arrugas hermosas, pies chiquititos y sucios, un perfil perfecto con una risa encantadora.
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